Y así fue como imputaron
a Ramoncito, el cacique de la Comarca chica. Lo imputaron a lo bobo,
por dejar los dedos marcados en uno de esos hechos de presunta
corrupción que al Opa lo dejan pensando si son o se hacen. Habla el
Opa de “presunta”, porque no ha podido ver cuales son sus
argumentos de defensa, y prefiere no abrir un juicio sin tener claro
qué pasó.
En principio hubo un
desvío de subsidios nacionales que, en lugar de ir a la empresa de
transportes municipal, iban a una empresa privada. Ramoncito sostiene
que fue un error de los funcionarios nacionales, que los municipales
advirtieron tarde, y que cuando lo hicieron devolvieron ese dinero.
Este argumento en realidad podría ser plausible en sentido jurídico,
pero el Opa cree que políticamente ya se ha cometido el daño: para
sarracenos y pleistocenos, Ramoncito es un chorro marca Boudou. No
importa que se lo impute por desviar fondos de un transporte a otro,
y no a su cuenta personal. Tampoco importa que al devolver el dinero
no hubo perjuicio para el estado. El tipo ya ha sido condenado.
El Opa se pregunta por la
facilidad con la que se condenó de antemano a Ramoncito y sus
funcionarios, y concluye que hay cierto hartazgo con el alcalde de la
Comarca; con él y con su corte de amiguitos de familias notables.
Han sido malos gestores de una ciudad complicada, porque han creído
que era fácil y que sería rentable en muchos sentidos, que con el
apellido alcanza y sobra. Y este es el punto que el Opa quiere
sostener: Ramoncito simboliza todo lo que está mal con el
radicalismo.
Partido machista,
nepotista, con discurso que atrasa y no se renueva desde los ´80,
sin cuadros técnicos ni de gestión, con un verticalismo en la toma
de decisiones que desmiente su compromiso con la democracia. Una
pequeña oligarquía. Ramoncito, hijo de un ex-intendente y
gobernador, se ha rodeado de funcionarios que son casi todos “hijos
de”.
Hijos de otros
funcionarios de su padre, casi ninguno de ellos ha tenido militancia
en los barrios, la sociedad civil o la universidad. Se han criado
visitando a sus padres en ministerios y secretarías, se han hecho
amigos en los asados donde sus padres trenzaban las listas de
diputados. Compartieron las siestas de los domingos, las primeras
fiestas, las “americanas”, y luego, casi todos, la facultad de
abogacía. Compartieron la noche más top de la Comarca y el vago
prestigo que sus apellidos aportaban: los VIPs se les abrían como
flores en primavera.
Cuando Ramón padre fue
interventor en Corrientes muchos “hijos de” fueron con él,
comenzando por Ramoncito. Allí fueron nombrados en funciones
oficiales, en ministerios y juzgados, en dependencias diversas. Hay
que preguntarle a los ciudadanos correntinos qué opinión tienen de
los jóvenes cordobeses que se quedaron con los despachos. Hay que
preguntarles a los radicales correntinos qué piensan de esos jóvenes
funcionaros que jamás pisaron un comité. Y no perecer bajo una
andanada de improperios, vituperaciones y alusiones a las siete
plagas de Egipto.
Manejaban las “cuevas”
donde cambiaban por pesos los bonos que su padre había implantado
como “cuasi monedas”, una curiosa costumbre de la época. Acaso
manejaron otros negocios que el Opa desconoce. Volvieron todos con
mucho dinero. Algunos de ellos se dedicaron a la actividad privada,
casi recién recibidos y con contactos y recursos para seguir
haciendo aún más dinero. Seguían sin pisar un comité.
Hasta que los pisaron.
Y con una profunda
ignorancia sobre la historia, las ideas, las circunstancias del
partido de sus mayores, comenzaron a construir poder de la misma
manera que lo había hecho Ramón padre: excluyendo, eliminando,
restringiendo. Así, fueron manipulando las reglas internas para que
fuera casi imposible participar en una elección interna, mucho menos
alcanzar una minoría que debía ser cada vez más grande para poder
obtener representación.
Cuando estallaron las
crisis municipales Ramoncito tuvo el tupé de reclamar el apoyo del
resto del partido. El mismo que él mismo y sus amigos habían
expulsado de la toma de decisiones. Erigido en emperador modesto de
un viejo partido, rodeado de una corte de apellidos repetidos, fue
incapaz de tomar en serio a nadie que tuviera una idea. Porque les
temen a las ideas, y cuando necesitan una no saben cómo usarlas, y
pasan vergüenza.
Han implantado una
cultura de la incultura, una mística del negociado chico, un
generoso ejercicio de la soberbia. Han reducido el partido a una mera
colectora del peronismo cordobés, tradición inaugurada por Ramón
padre y sus sucesores en el manejo del partido. Han aplacado todo
intento de discusión interna, todo intento de pensar en el poder
grande y no según las aspiraciones económicas de Ramón y sus
hermanos de crianza. Hoy piensan en cómo zafar de los tarascones de
la Justicia, y tratarán de armar las listas conforme a los fueros
que cada uno necesite.
Piensa el Opa que con
ellos no hay salida. No sabe cuál es la clave, cómo se hace, de
dónde construir liderazgos más sanos. Pero sí tiene absolutamente
claro que la UCR de Córdoba no podrá volver a ser un partido
liberal igualitario, con inserción popular y capacidad de futuro,
hasta que no se borre de la memoria del radicalismo hasta el último
vestigio del apellido Mestre, y de todos los apellidos de los hijos
de quienes lo han manejado y en su nombre han cobrado desde la
recuperación de la democracia. Con tanto botarate alimentado a
Presupuesto la UCR jamás podrá servir a los fines que le dieron
origen: la causa de los desposeídos.