viernes, 28 de agosto de 2015

Intriga en la Satrapía del Norte

 Nuevamente el Norte de la Comarca fue el epicentro de episodios que desintegran la fe del Opa en la consolidación democrática. Hace poco murió un pibe de la JR baleado por la espalda, aparentemente por los matones de Milagro Sala, esa taumaturga que conjuga violencias y reivindicaciones como sólo pueden hacerlo las huestes fascistas. Ahora, unos kilómetros más al sur, o menos al norte, hubo unas elecciones disputadas a dentelladas que resucitaron todas las lacras políticas de la Comarca. En un pintoresco muestrario de infamias el candidato de la Presidenta María Estela Fernández de Neón, que fuera su ministro más rico en un gabinete ahíto de millonarios, se atribuyó una victoria que no termina de ser creída por nadie.
Digamos, para comenzar, que hubo venta de votos: personas que admitieron votar a Fulano porque les pagaron o les iban a pagar. Digamos también que hubo un bolsoneo impune, registrado por un periodista que terminó patoteado por las huestes de Fulano. Digamos que hubo urnas quemadas, que alteraron actas, que a los candidatos de la oposición en muchos lugares les borraron todos los votos obtenidos. Digamos que en muchas mesas Fulano ganó con el 100% de los votos, es decir, con el voto de los fiscales de la oposición.
Como un muestrario de irregularidades nunca se termina del todo, el gobierno provincial tardó más de seis horas en dar las primeras cifras oficiales. Es comprensible, para retener su feudo el gobernador saliente urdió un entramado de candidaturas, acoples y listas paralelas que desquiciarían al más pintado y favorecen siempre al mismo: a Fulano. Para cuando se difundieron esas cifras, se dijo que escrutadas el 81% de las mesas Fulano ganaba con el 54% de los votos frente a los 40% de Mengano, principal contendiente de la oposición. Fue tal el tufo a fraude que desde entonces se sucedieron las protestas públicas frente a la Casa de Gobierno. Como es tradición en la provincia, la policía se encargó de desparramar a palazos a los manifestantes que querían algo tan básico, tan burgués y aburrido como la transparencia electoral. Y, garrote en mano, Fulano y los militontos del relato se prodigaron a recitar ese 14% de diferencia como un mantra sagrado que purifica todas las incertidumbres.
Pero fue tal el descalabro y la lluvia de denuncias que se decidió suspender el escrutinio provisorio, que realiza el Correo. Es claro: el mismo Correo no fue capaz de difundir una sola cifra durante toda la madrugada infausta del lunes. Tenía menos credibilidad que todos los periodistas de la Comarca juntos, oficialistas y opositores. Ahora, una Junta Electoral Provincial, manejada por el oficialismo, está intentando el escrutinio definitivo. Han abierto el 6,8% de las urnas al momento de escribir este informe, y de ello surge que Mengano le gana a Fulano por 52% a 36%, aunque hay que aclarar que esos votos corresponden todos a la Ciudad Capital.
Ahora el Opa se aventura en la aritmética, un atrevimiento irresponsable si se recuerda cuánto le costaron las matemáticas en la escuela. Pero el Opa es obcecado, y volverá a intentarlo. Según el escrutinio provisorio, Fulano ganaba por 54%, y Mengano tenía 40%. Ello corresponde al 81,55% de los votos procesados, que fueron 776.999, mayormente del interior de la provincia. Reniega el Opa con la regla de tres simple para columbrar un total de 952.788 votos. De los contabilizados, aplicando la misma regla de tres, Fulano habría obtenido unos 442.843 votos y Mengano unos 316.705 votos.
Ahora bien, recordemos que estos votos eran del interior, y que el 19% restante era mayormente de la Capital. Sabemos que allí hasta ahora Mengano gana por un 52% de los 175.789 de los votos (unos 91.410 votos), contra el 36% de Fulano (unos 63.284 votos). En esta hipotética suma llena de incertidumbres, Fulano quedaría con 506.127 votos, y Mengano quedaría con 408.115 votos, es decir, 98.012 votos de diferencia. Admite el Opa que se está comparando peras con manzanas, Sarracenos con Pleistocenos, chanchos y Tombuctúes. Pero nota que la diferencia original (y provisoria) de 126.138 votos se reduce a 98.012, es decir, un 10,28%. ¿Es esto suficiente para determinar que el fraude pudo haber cambiado el resultado? El Opa no lo sabe.
En principio la arquitectura del fraude electoral puede alterar una cantidad de puntos. Por eso el Opa se sentiría tentado de admitir que Fulano habría sido ganador aun si no hubiera existido fraude, que sólo amplió una ventaja que era indescontable para Mengano. Ahora bien, en esta elección hubo una tormenta de irregularidades denunciadas y constatadas. Al Opa le consta de gente que conoce que en una mesa de  la Capital a Mengano le borraron todos los votos (un 65% contra 25% de Fulano). Eso en la Capital, donde los fiscales de Mengano sacaban fotos de todas las actas antes de meterlas en la urna y mandarlas al Correo. Se trata del hermano de una amiga, quien fiscalizó la elección y constató los resultados oficiales de su propia mesa.
El Opa concluye entonces que la diferencia en la Capital podría ser mucho mayor. Y que en el interior de la provincia los fiscales de Mengano firmaron con rojo las actas, que luego aparecieron firmadas con azul en el Correo (con una avalancha de votos a favor de Fulano, desde luego). Todo ello debidamente registrado con fotos. Por lo que la diferencia en el interior podría ser mucho menor. ¿Cuánto restaría el fraude en Capital y cuánto sumaría en el interior? ¿Qué diferencia quedaría, sabiendo que se han mordisqueado los dos extremos del padrón?
El Opa no sabe si corresponde anular las elecciones y votar de nuevo. Pero a medida que pasan los días hasta los funcionarios oficiales van admitiendo que los abruma la cantidad de denuncias y pruebas. Algo huele mal en la Comarca, pero eso es casi normal. Lo insólito, lo que verdaderamente tiene anonadados a Sarracenos y Pleistocenos, es que a medida que transcurren los días las certezas se evaporan.
Acaso el candidato Mengano, sin saberlo del todo, haya ganado las elecciones. O talvez no. Esta novela de suspenso queda abierta, porque hasta los números bailotean su danza intrigante y desquiciada. El Opa celebra a ese pueblo que ha despertado y no deja de protestar, y se apresta a seguir la novela más interesante de un año otherwise aburridísimo.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Réquiem para Ariel

El Opa escribe este post dolido con una realidad miserable. Han matado a un pibe que militaba en la Juventud Radical del norte lejano de la Comarca. Lo han matado por la espalda, porque sí, después de haberlo echado con amenazas y agresiones del barrio donde estaba repartiendo volantes. Lo han matado, según todo indica, unos matones de Milagro Sala, la lugarteniente norteña de la Presidenta María Estela Fernández de Neón.
El Opa se conduele porque ha militado, también él, en esa organización que tiene mucho de mística, mucho de pavote, mucho de amor por la libertad y mucho de pérdida de tiempo en la rosca inútil. Como quiera que sea, el Opa conoce bien a la Juventud Radical. Aun con todos sus defectos es un lugar que convoca mayormente a pibes con sueños, con ideales frescos y con ejemplos maravillosos. Algunos después se tuercen, como suele pasar en la Comarca, pero la mayoría transcurre su militancia convencida de estar contribuyendo con la democracia, con alegría y esperanza.
Por eso duele que maten a un pibe, que acaso ni siquiera había tenido tiempo de ser tentado por el poder que la Juventud Radical no tiene, y acaso nunca tenga en ese rincón olvidado de la Comarca. El Opa ha perdido amigos muy queridos que dejaron su vida militando en alguna ruta, en algún estúpido accidente de tránsito, pero esto duele más, tanto más.
Duele reconocer que la violencia política sigue siendo una herramienta legítima para el peronismo, que se le perdone los cadenazos y palazos a los militantes radicales o de izquierda, que se mire para otro lado cuando las patotas matan piqueteros con la complicidad de la policía que les libera la zona para que maten sin inconvenientes. Que cada tanto aparezcan incendiados los comités, o los autos de los militantes de otros partidos.
La violencia y la amoralidad están en el ADN del movimiento peronista. No es posible negarlo. El Opa ha leído el Manual de Conducción Política, y otros refritos suscriptos por el General, y de ellos ha aprendido que lo único que importa es lograr el objetivo. Los métodos son buenos cuando resultan, decía el General, y son buenos porque resultan. Si no resultan, son malos. Es decir, el fin justifica cualquier medio. Como buen militar, asumía que la disputa por el poder incluye explícitamente la destrucción física del adversario. Para despabilar los distraídos: para Perón matar un adversario era legítimo, si con ello lograba conseguir o mantener el poder.
Esa cultura impregna la idiosincrasia política de la Comarca. Es pre-republicana, porque subordina la ley a los intereses del caudillo, y borronea los límites y contrapesos que tiene que tener el poder. Es antidemocrática, porque justifica el boicot a quien gobierna cuando quien gobierna es de otro partido: a fin de cuentas los ha parido un golpe de estado, y la historia no puede contarse de otra manera. El peronismo nace con el derrocamiento de Yrigoyen, don Hipólito. Y porque después, una vez conquistado el poder, subordina al Estado como herramienta del partido de gobierno para impedir la competencia electoral equitativa. Reduce las elecciones a un desfile simbólico, que finalmente se define por el aparato del Estado.
Han convertido a la democracia en esta farsa donde se vota cada dos años y ahí mismo termina el ciudadano para convertirse en súbdito, en una masa sometida al sátrapa de turno. El que adhiera recibirá los favores del gobierno, merecidos o no. El que no adhiera, será considerado un gorila, es decir, un enemigo. Y como dijo la compañera Eva: al enemigo, ni justicia.
Justicia es lo que no tuvo Ariel Velázquez, el militante de la JR de Jujuy. No la tendrá, tampoco. A lo sumo agarrarán algún perejil y le imputarán homicidio en ocasión de robo, aunque al pibe no le hayan robado nada y lo hayan venido amenazando desde hace rato. El Opa conoce la justicia del norte de la Comarca. Conoce a sus jueces y fiscales, esbirros casi todos de un poder feudal, violento y profundamente vulgar. Sabe que no pasará nada. Para un compañero, nada mejor que otro compañero.
El Opa sabe también que el club de fans de la Presidenta Fernández de Neón está ahora mismo mirando para otro lado, posteando fotos familiares, o de las vacaciones, o de las zapatillas nuevas, o de lo que sea. Como cada vez que el peronismo mata en la Comarca. Cada vez que la violencia política o la corrupción, o ambas, se cargan a alguien, los pibes para la liberación se convierten en militantes de la banalidad espontánea. Se convierten en seres superficiales, tilingos y buenudos. Se vuelven Macri.
Pero el Opa ya no espera nada de ellos. Son cómplices de una realidad para la que militan, son operarios de la mentira, el desfalco y el apriete, aunque no empuñen el fierro ni se encanuten los dólares. Cuando la cosa se pone fea, miran para otro lado y le echan la culpa a los medios, que siempre tiran mala onda. Igualito a Isabelita cuando le reclamaban por los cadáveres destrozados por la Triple A: “es la cadena del desánimo, compañeros”.
El Opa piensa en este chico, no se lo puede sacar de la cabeza. Esta triste, enojado y triste. Siente ganas de no creer en nada ni volver a tener expectativas. Pero hace un esfuercito. Hace el intento. Y entonces decide que seguir militando por la vida y por la paz no es un cantito de los ochenta, es una elección de vida.

Somos la vida, somos la paz. El Opa se irá a dormir sintiendo que mañana habrá que juntar el dolor y dejarlo de lado, porque es hora de comenzar a construir el día después.  A seguir trabajando por la libertad del pueblo, que está en nuestro corazón.

miércoles, 12 de agosto de 2015

El llamado de la naturaleza

Las vicisitudes de la Comarca nunca dejan de sorprender al Opa, que apenas puede procesar la realidad entera. Ha seguido de cerca el novelón de las candidaturas en la ciudad en la que vive, porque desde las últimas elecciones provinciales se ha desmadrado el escenario y las traiciones y agachadas florecen como lapachos invernales.
Sucede que en el corazón de la Comarca se había llegado a un acuerdo para amontonar opositores y ganar la gobernación. No funcionó, en parte porque los elementos constitutivos de tan insólita combinación resultaban repugnantes entre sí, y en parte porque el candidato era tan carismático como un yogur vencido. No se habían terminado de contar los votos cuando el Luí Jué, jefe de la campaña provincial y senador reelecto, arremetió contra el intendente de la Capital acusándolo de no trabajar lo suficiente. Internismo bobo antes de tiempo y a contralelo de la realidad: el único lugar de la provincia donde se ganaron las elecciones fue justamente la ciudad capital.
Sabemos que demasiado pronto y con el fiambre aún tibio, el yerno del candidato a gobernador, que acababa de ser reelecto legislador provincial, se postuló también para la intendencia. Bah, hizo el intento, porque el partido declaró abstracta la interna en virtud del mismo acuerdo que lo atornilló a su banca. A partir de entonces las cosas se aceleraron.
El que rompió el cerco fue el Luí, orate impredecible de verba calumniosa y ocurrente. El último día para presentar las candidaturas municipales, anunció con pífanos y retruécanos que sería candidato a intendente aliado con la Olga. Cuando hablamos de la Olga pensamos en ese personaje tosco, maltrecho, ese torpe remiendo de un Frankenstein mal dibujado por un buen comediante, un monstruo fantasmagórico que se desplaza recitando su propio nombre como una letanía inaccesible. No, no hablamos del personaje de Liniers.
El Luí comenzó su estrellato local denunciando la corrupción del gobierno provincial, especialmente los aprietes y enjuagues de la esposa del Gobernador, que ejercía en contraturno la Secretaría General de la Gobernación. El Luí sacó al sol los trapitos percudidos, los sacudió bien ante sarracenos y pleistocenos, obligó a la Olga a bajar su perfil, mientras él mismo era eyectado del cargo. Entonces se reinventó como un mártir y paladín de la justicia, y en la Comarca crédula lo elegían intendente. Esto ocurrió hace doce años, y entonces el Luí y la Olga se odiaban.
Fue una gestión opaca: los desbordes histriónicos del Luí no alcanzaron a cubrir la ineptitud de sus funcionarios, que tampoco se privaron de meter la mano en la lata. Antes de irse, el Luí se encargó de nombrar unos 4500 tipos como empleados municipales, convirtiendo a sus militantes en un tumor a control remoto que carcomería desde adentro las gestiones siguientes. La Olga, concejal, lo denunciaba desde su banca por inepto, demagogo, clientelar y manolarga. Es decir, por peronista. Seguían odiándose minuciosamente.
Cuando ambos quedaron despechados, cuando comprendieron que el resentimiento y la sed de venganza pueden más que el amor y las coincidencias. Cuando recordaron que ambos, más allá de los tiroteos previos, eran incurablemente peronistas, comenzaron a mirarse con otros ojos. Trocaron el odio por la especulación, la voluntad de daño logró cohesionarlos en una fórmula bizarra, y allí se lanzaron a las aguas procelosas de la política municipal. Y comenzaron a naufragar.
La Olga medía bien, al cabo de ocho años de despotricar desde el Concejo y recorrer los barrios más olvidados de la Ciudad. El Luí era ya un artículo pasado de moda, era la chica del verano que se atragantó en el Macdónal y ahora tiene un gatito en su foto de perfil en Facebook. Pero su voltereta con Macri le subió el precio, lo hizo candidato a senador, y la Olga compró el paquete decadente, ya vencido.
Y las acciones de ambos se desplomaron: el mercado de la ciudad tampoco tiene estómago para operetas basadas en el rencor y el resentimiento. Los ha unido el odio al actual intendente, y eso transpira más que todos los discursos que han ensayado para justificar su alianza. El Luí traicionó a todos sus socios locales y porteños, como siempre lo hizo. La Olga traicionó a esos militantes humildes que la seguían por calles embarradas. A la Olga le fue peor, porque todo indica que no ganarán las elecciones, y ella no puede ser concejal por tercera vez. El Luí renunció a su banca de senador cuando todavía estaban calentitos los votos que lo eligieron, traicionando a los despistados que votaron a un senador que no sería. El Luí podrá, en el mejor de los casos, ser un concejal más, con el plus de traicionar a un 30% del electorado.
Al Opa lo ha impresionado la capacidad de daño del Luí. Fue socio de cuanto corrupto se ha envilecido en la Comarca, y los ha traicionado con saña persistente. Un consecuente del volanteo y la traición, el Luí fue carcomiendo su propio partido, ese frente de oportunistas que saltaron varios charcos para alojarse en el calorcito del cargo público. Porque recuerda el Opa que ni uno solo de los dirigentes y militantes del Luí se acercó a su partido sin cobrar un puesto. Ninguno se acercó al llano: peronista al fin, el Luí siempre supo que las adhesiones subrepticias y lealtades porosas se financian con presupuesto público, y no existe un solo juecista que no haya cobrado del Estado.

Piensa el Opa en la estupidez de Macri, ese muchacho pituco que desprecia la política y por lo tanto no la entiende. Compró un buzón que hace chistes, promete votos y transpira decepciones. Pero que apenas pudo traicionarlo y arriesgar su construcción, lo hizo como si no hubiera un mañana. Macri fue comprensivo hasta la ridiculez y prefirió no hablar del tema. Es que admitir el daño confesará su propia torpeza y mostrará el rosario de impericias que jalona su carrera de embolsados hacia la presidencia de la Comarca. Mostrará que no está a la altura.