Hoy
hubo elecciones en la Comarca: la tan mentada, temida y esperada segunda
vuelta. Había que elegir entre dos candidatos que eran las caras complementarias
de la misma moneda, paridos para la vida pública en la misma época y con la
profundidad conceptual de una palangana chica. Sin embargo, después del trauma
de los helicópteros y los presidentes volátiles, y después de doce años de
peludear ese trauma con la épica neo-setentista de un populismo flojo de
papeles, una de las cosas que se ha perdido es la serenidad para comprender lo
que está en juego. Así, algunos te quisieron convencer de que hoy se jugaba la
patria entera contra el enemigo invisible, y que Salvador Allende se enfrenta
con Hitler en una justa de ribetes macabros. Otros te quisieron convencer de lo
contrario, de que Winston Churchill está a punto de expulsar a Pol-Pot del
santuario republicano. El Opa ya ha afirmado que descree de ambos relatos.
Sin
embargo, se tropieza con las profecías que embadurnan las redes sociales y los
espacios donde interactúan Sarracenos y Pleistocenos. Tras los muros de la
Comarca sordos ruidos oír se dejan de corceles y de aceros. Corceles para huir
del candidato derrotado, aceros para defenderse de la tormenta judicial que parece
aventar el cambio de clima. Pero allí en el descampado, en el llano, habitan
los amigos del Opa que adhieren a la Presidenta María Estela Fernández de Neón,
que hoy deambulan entristecidos y enojados. Allí las profecías son más vagas y
genéricas, aunque no por eso menos angustiantes.
Los
científicos se han persuadido de que los mandarán a lavar platos, como hizo un
funesto ministro en los malditos noventa. Ministro que intercambió prolijas
alabanzas con Él, y quien le enseñó a encanutar en Suiza los fondos de la privatización
de YPF, pero que ahora conviene despreciar con entusiasmo militante. Los empleados
públicos, aunque se hayan ganado el puesto por concurso o dependan de las
provincias y no de la Nación, también tiemblan como hojas en el viento
augurando una guadaña que los arranque de cuajo de su trabajo. El Opa no tiene
amigos que sean manifiestamente ñoquis, es decir que deban su puesto
exclusivamente a su militancia en alguna de las múltiples ramas del Partido
Único. Por eso no puede hablar por ellos.
El
Opa cree que exageran sus amigos. En primer lugar porque sus trabajos parecen
asegurados, o dependen de factores ajenos a la victoria o derrota de uno u otro
candidato. En segundo lugar porque todo indicaría que el guadañazo que auguran
comenzará –si es que lo hacen- por alguno de los miles de empleados que
inundaron la administración pública en los últimos meses. El Opa sólo puede
tener alguna preocupación por los trabajadores genuinos que construyen desde el
ámbito público, como sus amigos. Pero no tiene ninguna por los que han
colonizado el Estado como si fuera la caja generosa de su partido político. Los
que entraron por la ventana y a lo bruto, acaso merezcan salir de la misma
manera.
Ahora
bien, no desconoce que se vienen tiempos bravos. Pero está persuadido de que
esos mismos tiempos vendrían con el candidato del relato. El Opa ya ha
explicado que el candidato derrotado hubiera contado con la venia marcial de
los gobernadores, el Congreso, los milicos y los frailes, y los “pibes para la
liberación”. Si hasta se atrevió a insinuar un gabinete donde predominaban las
tonfas y los calabozos, el gatillo fácil y la picana como instrumento de
pacificación social: mostró sus cartas para el período que se abre. Declaman estentóreos
los amigos del Opa que no, que de ninguna manera, que hubiera sido siempre más
permeable a un “ajuste con sensibilidad social”, como si tal cosa fuera
posible. El Opa cree que es un acto de fe. Un esfuerzo generoso y noble para
imaginar que el destino será distinto, pero tan de patadas con la realidad como
los esfuerzos opuestos para ver a Abraham Lincoln en el candidato ganador.
En
medio de tanta profecía, sabe el Opa que los militantes del relato harán un
esfuerzo hercúleo para confirmarlas en cada acto de gobierno, por banal que
sea. Y desde luego que las encontrarán, porque el Opa no se engaña con el
ajuste que viene. Pero verán el ajuste sanguinario en las cosas más banales, e
insiste el Opa en esa palabrita. Banales por insignificantes, pero también por
indefendibles. A no confundir: habrá tijeretazos insignificantes, y los habrá
más dolorosos. Los habrá insoportables, y el Opa marchará en las calles junto a
quienes defiendan un derecho legítimo; y los habrá indefendibles cuando se
trate de defender el botín saqueado en este noviembre.
Para
ser más claro: si se eliminan gran parte de los subsidios a los servicios
públicos que disfruta la capital de la Comarca, sus habitantes pagarán por la
luz, el gas, el agua, lo mismo que cualquier habitante del interior. El Opa no encuentra
inconveniente en ello. Pero sabe que los militantes de la Presidenta defenderán
la expoliación centralista como si se tratara del núcleo duro del mismísimo
Estado de Bienestar.
El
Opa termina con una reflexión en medio de la angustia circundante (reitera que muchos
de sus amigos adhieren al relato). Cree que se terminó la época del vituperio
por Cadena Nacional, de la AFIP como una Gestapo vengativa, cruel y selectiva,
de la necesidad de profesar la fe oficialista para obtener un puesto de trabajo
o una prestación del Estado. Cree que se terminó el fascismo simpaticón y
gregario de cuadrarse frente al Líder, so riesgo de convertirse en un cipayo. Cree
que no habrá más caza de brujas en la Comarca.
Y
sabe, con certeza inconmovible y desolada, como caminante de regiones
inhóspitas, que no existe emancipación colectiva sin autonomía individual. Que sin
personas dignas y firmes en sus derechos, lo que queda es una masa premiada o
castigada según la intemperante voluntad del Mesías de turno. Es lo que va de
un pueblo digno a un Leviatán. Y de eso se trata la democracia verdadera.