sábado, 12 de diciembre de 2015

Bastonazos


El Opa no cree demasiado en las ceremonias. Suele haber en torno a los actos públicos una ristra de pompas y fastos que ponen la cosa pública lejos del pueblo, parodiando los modos de las monarquías rancias y descompuestas. Felizmente la composición laica de las élites primigenias de la Comarca ha impedido que esos fastos se enquistaran en las ceremonias públicas con el mismo fervor pavote con que lo hacen en países circundantes.
Pero también cree el Opa que hay ceremonias que importan, porque ayudan a comprender que algo importante está ocurriendo, que se vive un tiempo excepcional al que hay que prestarle atención porque se lleva a cabo una transformación de la realidad. Las ceremonias fúnebres, a las que el Opa es poco afecto, los casamientos de todo tipo, esas cosas que cambian la vida requieren que se subraye ese cambio para comprenderlo. Pero por pudor republicano y sentido del ridículo el Opa prefiere que sean ceremonias simples, sencillas. No hace falta un boato victoriano.
Por eso el Opa cree que la ceremonia de transmisión de mando era importante. Es una de las poquísimas tradiciones nobles que se mantienen en la Comarca sin interrupción desde la democracia: que un presidente elegido por su pueblo le entregue los atributos del mando a otro presidente elegido por el mismo pueblo. Simboliza la continuidad de la representación y la soberanía popular, subrayando que el presidente es un mero mandatario, un gestor temporario destinado a rendir cuentas a todos sus mandantes, que somos los habitantes de la Comarca.
Es, además, una ceremonia sencillita: el presidente saliente espera en la sede del gobierno al entrante, y le entrega los atributos simbólicos: una banda y un bastón. Nada del otro mundo. La entrega es en la misma oficina donde uno termina de trabajar y el otro comienza, y simboliza el carácter temporal y contingente de los presidentes democráticos: es un baño de humildad que significa pasar la posta, porque lo que importa es la larga carrera de la historia de la Comarca.
Pero la flamante ex–Presidenta María Estela Fernández de Neón tiene otra idea. Creyó que el gobierno es algo que le pertenece por imposición divina, y que por lo tanto tiene la facultad de decidir cuándo y cómo lo entrega. Al asumir su segundo mandato hizo que su hija le entregara la banda y el bastón, violando la ley que ordena que lo haga el Presidente Provisorio del Senado. Se le disculpó la ilegalidad en nombre del populismo y la ternura familiar. Ahora, pretendió entregar el mando en el Congreso, apenas jurado el nuevo presidente, frente a su horda de militontos preparados para abuchear al nuevo inquilino.
No fue un caprichito ilegal. Estamos acostumbrados a sus caprichos y sus ilegalidades. Fue la voluntad de medir poder, de tensar la cuerda, de mostrar al mundo cómo somete a un hombre que ganó una elección. Es, como dirían los guarangos de la Comarca, “ver quién la tiene más grande”. Fálica como sólo puede serlo una mujer peronista, María Estela violó la ley y la misma tradición que la encumbró a Ella y a Él con el sólo objetivo de menoscabar al entrante, de amputarlo de la misma tradición que legitimó simbólicamente a los demás presidentes desde 1983. Es decirle “sos menos que nosotros”, pero también es decirle “yo decido cuándo se termina la tradición”. Es manifestarle al mundo entero que es la dueña del Estado, del Gobierno y de la Ley, de los que se apropia para someterlos a su competencia de egos, pueril y berreta.
Hay mucho sadismo en esa maniobra. Hay la voluntad deliberada de causar daño, de provocar dolor, de lastimar a quien ni siquiera es un oponente, de humillar a cualquier precio. Y hacerlo creyendo que es lo correcto, que tiene derecho a hacerlo en nombre de su propia maquinación de futuro. Es una psicópata de manual. El Opa no necesita simpatizar con el nuevo presidente (no lo hace) para advertir que quien ha dejado la presidencia de esa forma es una persona desequilibrada que ni siquiera pudo guardar ese mínimo respeto al pueblo que eligió al presidente entrante. Que es el mismo que la eligió a Ella hace 4 años.
Es dañar sin medir los resultados, es creer que tiene derecho a embarcar a Sarracenos y Pleistocenos en una disputa contra un enemigo imaginario, cargándose a la ley como un daño colateral porque lo que importa es cuánto pueda destruirse al enemigo. Es la más peronista de las tradiciones.
Los asiduos del relato salieron a minimizar el tema, restando valor a esa ceremonia desde un discurso anti-monárquico. Reaprendieron el republicanismo hace 15 minutos, pero de republicanos oportunistas también están llenas las calles de la Comarca. Ellos mismos han venerado como a una deidad egipcia a una mera funcionaria pública, pero ahora nos dicen que no, que con el juramento alcanza. Los que justificaron el desfalco de Sueños Compartidos con la excusa del empoderamiento simbólico ahora desprecian el valor simbólico de la entrega del bastón y la banda. No es raro. Justificadores seriales, su próxima misión será buscarle el pelo al huevo, después de doce años de huevos peludos como un kiwi.
Otros dicen que dos no pelean si uno no quiere. Saben, y callan, que para eso el presidente jurado debería someterse a los caprichos ilegales de una psicópata, cometiendo también prevaricato. La única actitud que admiten es el sometimiento, la rendición incondicional, para poder tratar de cobarde a un tipo al que se sienten con derecho a maltratar.

El germen del fascismo no está tanto en sostener posiciones ultramontanas desde el Estado (que lo han hecho). Sino en ver al otro como a un enemigo al que hay que someter porque es –a priori- cobarde. Es convertir al apriete en la única clave de diálogo. Es la costumbre Montonera de tirar un muerto sobre la mesa antes de sentarte a negociar. Y si uno no acepta esas condiciones es tan cómplice de la violencia como el que las impone. Es bueno que esa parte de la infamia se haya terminado.