sábado, 26 de marzo de 2016

El Cocinero en su Laberinto

El Opa necesita volver a postear porque se ha indignado de nuevo con la dirigencia política de la Comarca. Procura no tomarla en serio, en general porque no lo merece, y en particular porque el Opa prefiere preservar su sanidad mental y lo que le queda de la fe en los habitantes en condiciones de votar. Pero hay cosas que exceden el marco mediocre, gris y tilingo –cuando no delincuencial- en que se empotran los dirigentes de la Comarca. Y es en esos casos que teme por la salud de la democracia, esa señora mayor que camina por la cornisa con los ojos vendados.
Hace muy poco se conmemoraron los 40 años del hecho maldito que configuró el presente y el pasado cercano de la Comarca. En aquella fecha se producía un cuartelazo cívico, eclesiástico, empresarial, sindical, y finalmente militar. El gobierno constitucional derrocado caía sin resistencia ni defensa, como un hato de delincuentes comunes a los que atrapa el más inepto de los policías. Sarracenos y Pleistocenos respiraron aliviados porque se terminaban los desafueros de una banda de asesinos y ladrones, sin imaginar que sus cualidades criminales serían ampliamente superadas por los nuevos usurpadores del poder. Los desafueros continuaron, pero ahora como plan sistemático de exterminio. Esto se extendió en todas las ciudades y aldeas de la Comarca.
En algún lugar del agobiado conurbano bonaerense, en una ciudad con nombre de cerveza y presente de efedrina, han elegido a un intendente idiota. Los vecinos conocieron al idiota en la televisión: es un afamado cocinero cool con nombre de aspiraciones patricias. Su condición ajena a los entramados políticos persuadieron a los vecinos de que el cocinero cool era la herramienta ideal para terminar con el reinado de una banda de mafiosos comúnmente conocida como partido justicialista. Así, ganó las elecciones hace muy poco, incapaz de balbucear nada que exceda el escueto margen de la banalidad superficial. En un país palangana, ningún discurso profundo encuentra el tiempo de proyectarse hacia el pueblo, y en cambio nos quedamos con este casting de orates prolijos.
Pero lo que afecta al Opa es lo que dijo este intendente, el cocinero cool. Le preguntaron en televisión sobre el aniversario del Golpe, y si pensaba convertir en sitio de memoria al más célebre de los campos de concentración de la ciudad que administra. Le preguntaron en concreto por el Pozo de Quilmes, donde fueron asesinadas 251 personas. Como la política televisiva impone recitar un discurso sin importar lo que ha sido preguntado, al escuchar la palabra “pozo” el energúmeno de los cucharones respondió que “iban a arreglar todos los baches y hacer obra pública, pero la pesada herencia y la voluntad de los vecinos…” y una sartenada de humedades por el estilo.
Recapitulamos: al cocinero cool le preguntaron por el más conocido de los sitios de exterminio, y si pensaba convertirlo en un lugar de memoria y enseñanza. Sólo escuchó la palabra “pozo”, y respondió como candidato en campaña permanente. No es una gaffe menor. Le estaban preguntando en un marco muy específico: una entrevista el día del aniversario, en el marco de una conmemoración de esa misma fecha, y mientras se hablaba de ese tema. Y le preguntaron por el lugar más emblemático de su ciudad. No fue una confusión, como pretendió justificar después con torpeza cobarde. Fue ignorancia, como lo admitió antes de ensayar excusas.
No sabía que en su ciudad hubo un lugar llamado Pozo de Quilmes donde hace 40 años se masacraba a personas. No lo sabía porque nunca le interesó la historia, desde luego. Y porque su conocimiento del lugar que gobierna es igualmente superficial y esterilizado. Es un inepto que aún no pudo comenzar a gestionar su ciudad porque su gabinete parece la corte de los milagros, de modo que no puede ampararse en la tilinguería bobalicona de “la gestión”. Tampoco puede hablar de futuro si no conoce siquiera los temas del presente, ni tan luego los del pasado.
Al Opa lo han ofendido muchas cosas, pero fundamentalmente la idea de que alguien que se presenta en el juego democrático puede darse el lujo de la ignorancia y el desdén por el conocimiento. Se trata de la apuesta contra la razón, del desprecio por la construcción cívica, de la ignorancia como una excentricidad atractiva y lustral, porque refuerza la idea de ajenidad de lo público. Lo que hay en la respuesta del cocinero cool es el desprecio por lo público. Y eso, piensa el Opa, es una amenaza radical al corazón de la democracia, que exige un compromiso profundo por las cosas de todos. Después podrá haber discrepancias razonables sobre ideas o métodos, pero no puede fundarse una función pública desde la repulsa de una base cultural común.
Hay además algo más grave, que es el ultraje a la memoria de esas personas asesinadas en ese lugar, y al recuerdo que de ellas tengan sus familias y amigos. No se trata de compartir sus ideas ni justificar las circunstancias que entretejieron el destino funesto de esas víctimas, sino de entender que se gobierna también sobre dolores y ausencias, se gestiona sobre clamores de justicia y verdad, se administra sobre la humanidad humilde de los que están y de los que faltan.
En estos tiempos la ignorancia no es neutral. Desconocer estos capítulos de la historia significa una toma de posición, un deliberado esfuerzo por soterrar el contenido profundo de esa historia, una elección por desandar un camino de construcción de la memoria y la justicia que ha costado el esfuerzo de generaciones. Esto es lo políticamente imperdonable. Nadie, por más chef que sea, puede lanzarse a la arena política sin desconocer ese camino. Y borrar sus rastros y contornos es inaceptable en nuestra endeble democracia.

Se dirá que es un incidente menor. No lo es. Tampoco lo es la torpeza con la que el cocinero intentó disculparse, argumentando que no escuchó bien. No había forma de equivocarse: simplemente no sabía qué cosa era el Pozo de Quilmes. Tampoco le importaba.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Los Visitantes

Hoy hubo visitas en la Comarca, y se ha armado un revuelo propio de mejor causa. No es la primera visita, desde luego, pero sí la más significativa por una serie de razones que hasta al Opa le resulta bobo enumerar. Pero el Opa hoy mira las reacciones de las gentes de la Comarca: toscos y tilingos, Sarracenos y Pleistocenos, en una competencia febril por ver quién dice la estupidez más grande, la más insidiosa de las necedades, quién tiene el resentimiento más erecto o el aplauso más gauchito.
Vino el presidente norteamericano, vituperado y alabado en partes casi iguales. O talvez no, el Opa sospecha que la popularidad del susodicho en la Comarca está más bien atada a quién es su anfitrión de turno. Lo ha recibido el ingeniero, de quien el Opa desconfía como gallina tuerta. Por ello, los militontos del ingeniero aplauden rabiosamente la visita de su homólogo norteamericano, asaz emblema de las libertades y el comercio y Miami, incapaces casi todos ellos de entender en profundidad lo que significa haber aplicado por primera vez en su país un seguro de salud universal. Los militontos de la faraona egipcia arden de ira frente a la visita, protestando por el protocolo, por la fecha, por el imperialismo, por lo que dice y por lo que no dice, incapaces casi todos ellos de entender en profundidad lo que significa sido el primer presidente afrodescendiente de una nación profundamente racista.
El Opa sospecha que nada de eso importa, que como casi siempre en estos días el hecho puntual de una visita ha sido dejado de lado para que cada uno pudiera desplegar en sus redes su propia declaración de principios, su propia superioridad moral esputada urbi et orbe. No importa ser objetivo para analizar un hecho: como resaca de la borrachera populista (sí, también me refiero al populismo de los globos de colores y la tilinguería como dogma ideológico) cada sector perorará desde “el sentimiento” disfrazado de razón. El Opa ha deplorado que en nombre de la ideología las gentes de la Comarca se permitan la idiotez o la maldad, y ha deplorado los aplausos que lo desaniman.
El Opa no es dado a esperar mucho de los dirigentes políticos de la Comarca, y mucho menos de otros lugares. Pero le interesa analizar tan sólo un tema, que cree central para la memoria y la defensa de la democracia, esa endeble institucionalización de la dignidad. Le han preguntado sobre el rol de su país en nuestra última dictadura, y ha respondido. Midiendo cada palabra, ha dicho que la complicidad de su país en el golpe forma parte de los momentos horribles de su historia, y que han aprendido de la Comarca a revalorizar la idea de la democracia. Hay una confesión implícita: admitir que fueron cómplices o coautores, y admitir que fue un error histórico que arruinó una reputación basada en la libertad y la igualdad. Que perdieron credibilidad, y que recuperarla implicó una tarea que aún no se termina.
Cree el Opa que fue una confesión valiente, insospechada proviniendo de un presidente norteamericano, poco proclives a las autocríticas que, según el susodicho, ha sido proficua e instructiva. Tibia, desde luego, y sinuosa: una declaración mesuradamente diplomática, y ciertamente ensayada. Sin embargo, su valor es otro. Talvez por primera vez la potencia dominante admite sus crímenes, o admite la posibilidad de haber participado en crímenes horrendos. No hacía falta leer entre líneas, y tampoco referirse explícitamente a ese designio criminal llamado Plan Cóndor, ni mentar la escuela militar de West Point, que entrenó catervas de asesinos para todo el continente.
Pero sí ha sido explícito en relación a los intereses geopolíticos de su país en aquélla década: combatir el comunismo y promover los derechos humanos. Esto hoy suena a contradicción, porque pareciera que el comunismo lleva ínsitos a los derechos humanos. A quien todavía aliente semejante confusión, el Opa les recomendaría que se instruyeran sobre cómo se vivía en el “socialismo real”, y qué significados tenían los derechos humanos, la libertad y hasta la igualdad en aquellos países. El Opa sabe de lo que habla: ha sido gerente de banco en Praga. Desde luego, esto no oculta que había otra agenda más bien imperialista detrás de esa posición bifronte enunciada por el presidente. Tampoco desmiente que para concretar una agenda destrozaron la otra, con lo cual uno legítimamente se pregunta qué tan importante era la agenda sacrificada. Más bien, sostiene el Opa que quisieron terminar con el canibalismo comiéndose a los caníbales, y en el medio haciendo muy buenos negocios. En todo caso, es evidente que a largo plazo les costó muy caro.
El Opa, como se ha explicado, tiene la sana costumbre de no esperar nada de los dirigentes. En este caso lo ha sorprendido la respuesta comentada; no por lo que dijo, ya que fue escueta y ambigua, sino por lo que ha sugerido y el marco en que lo ha hecho. Fue casi encima de una fecha demasiado importante, dolorosa y omnipresente, por lo que las hordas populistas se han sentido provocadas.
Pero además hay una promesa, también escueta y ambigua, de abrir los archivos norteamericanos sobre aquellos años del desprecio. Ese fragmento de verdad será la ofrenda más grande que ese presidente pueda hacerle al pueblo de la Comarca, aunque también sospecha el Opa que una parte de los militontos menospreciarán ese regalo que los avergüenza y que no comprenden, y que la otra parte de los militontos también menospreciarán como si esos gestos no fueran en verdad extraordinarios: ninguna de las potencias que avalaron aquella dictadura nos ofreció siquiera las migajas de su verdad histórica. Tampoco la madre Rusia, el espejo en que los militontos antiimperialistas aman mirarse.

Mañana será jueves, y el Opa marchará igual que hace 20 años. La fecha acaso sea una bisagra en su tenue biografía, con olor a despedida, a distancia que crece a medida que ya deja de reconocerse en la formulación de su presente. Caminará hacia adelante.