sábado, 19 de agosto de 2017

¿Dónde van los desaparecidos?


Ha desaparecido alguien. Es el año 2017 y ha desaparecido alguien en la Comarca. El Opa no puede disimular ni mirar para el costado, ni puede ignorar que otros han desaparecido antes sin dejar rastros, a veces luego de haber incomodado al poder de alguna manera. Pero ha desaparecido alguien y todas las señales del gobierno son espantosas porque huelen a crimen de Estado.
Cuenta la crónica que el 1° de agosto un grupo de Mapuches cortó la Ruta 40, en el sur oculto de la Comarca, lejos de las cámaras y las alfombras, cerca del frío y el viento, en reclamo de territorios ancestrales que bordean un olvido precordillerano. Que la Gendarmería, tropa merecidamente despreciable que ha sido cómplice de todos los tráficos turbios, de la percudida porosidad de las fronteras, hizo lo único que sabe hacer con cierta meticulosidad: reprimir con salvajismo impune y sobreactuado.
Pero esta vez hizo más. Acorraló a los activistas, Mapuches o no, es irrelevante, contra un arroyo que casi todos pudieron cruzar. Pero Santiago Maldonado no. Lo vieron “agarrado a una rama, mientras se le venían encima”. Luego no se lo vio más. Según algunas versiones, fue capturado y llevado hasta un Unimog, y de este vetusto aparato lo pasaron a una camioneta blanca de la Gendarmería que apareció a unos 500 metros. Según otros, nadie vio el momento preciso en que lo subían al Unimog ni a la camioneta blanca. Lo cierto es que no se vio más a Santiago, que está desaparecido.
Entre vaharadas etílicas la Ministra de Seguridad dedicó todos sus esfuerzos a sacudirse la responsabilidad, sosteniendo que no hay ninguna prueba de que a Santiago lo haya detenido la Gendarmería. Soslaya que sólo se logró peritar los lugares y los vehículos dos semanas después de los hechos, y que acababan de hacer lavar todas las camionetas del destacamento. Puede preguntarse el señor lector, como se pregunta el Opa, cada cuánto se lavan los vehículos de las fuerzas de frontera. Si han tenido la oportunidad de transitar esos lugares perdidos sabrán que esos vehículos rara vez se lavan. Sorprende tanta súbita prolijidad. No sorprende que se haya demorado tanto en investigar qué pasó: a cada minuto que pasa las chances de saber la verdad se licuan hasta la descomposición atómica.
Entre los minions que aplauden al gobierno, la única preocupación era que el tema no impactara en las elecciones inminentes, que de todos modos terminarían en un papelón innecesario. “Somos los primeros preocupados por el tema”, decían, pero no por la vida de una persona, tanto menos de un hippie con OSDE que jamás votaría al presidente de los globos y se junta con gente de color. Les preocupaba el ruido en plena campaña, y para eso se valieron de la mentira de un camionero que dijo ver a Santiago a unos 3000 kilómetros. Es que no comprenden la dimensión profunda de la tragedia histórica de la Comarca, porque la mitad de sus votantes han sido cómplices o beneficiarios del genocidio, y porque la otra mitad es de la que pasó del “algo habrán hecho” al “qué barbaridad, che, estos milicos”. Alcanza con mirar los comentarios en los diarios digitales, donde supura la miseria moral de los indignados ídem.
Entre los minions que vituperan al gobierno, se sigue soslayando que les desapareció una buena cantidad de gente durante el gobierno de la faraona egipcia, comenzando por un tal Jorge Julio López y siguiendo por cantidades anónimas de chicas secuestradas para la trata. De eso no hablan ni han hablado. Se olvidan que el perpetrador es la misma Gendarmería que abría las rutas de la Comarca cuando los laburantes sin laburo osaban cortarlas durante el gobierno de Ella, aunque para eso tuvieran que fingir atropellamientos idiotas. Ellos, que prohijaron diversas catervas de delincuentes de toda laya mientras fueran útiles a la causa del relato, se escandalizan ahora que esos mismos delincuentes siguen haciendo lo mismo de toda la vida pero para otro patrón. Uno podría decir que es bienvenida su indignación por los crímenes que comete este gobierno, si no fuera porque esa indignación se lubrica con groseras pátinas de cinismo.
El Opa vuelve, circular, a un tema que lo incordia. No cree en la indignación de las masas de la Comarca. Sirios y Troyanos, Sabinianos y Proculeyanos, Sarracenos y Pleistocenos, todos ellos creen tener una razón para la ofensa mortal en nombre de peraltados ideales cívicos. Pero les importa el equivalente a tres rábanos cuando son los amigos de la causa, los compañeros del relato, los que perpetran los mismos crímenes que antes deploraban.
Se indignan por Santiago los que antes miraron para otro lado con el genocida Milani abrazado a las vacas sagradas del movimiento de Derechos Humanos, los que justificaron el terrorismo de estado paralelo en el norte elitista de la Comarca, los que apuntaron a las costumbres de alcoba de un Fiscal que señaló a la Presidenta y apareció con una píldora de plomo en el cerebro. Se ufanan de haber terminado con esa corruptela los mismos que justifican a un Presidente perdonando desde su cargo las deudas multimillonarias de su padre, que no pueden investigar seriamente la red de corrupción más grande de América Latina porque, junto a Ella, aparecerán los parientes y testaferros del Presidente, los que contrataron para que amañara la elección pasada al mismo manipulador que antes usó ella para robarse las elecciones del jardín de la república. 
Todo a la vista de todo el mundo. La gran tragedia de la Comarca es que estas patéticas miserabilidades ocurren a plena luz del día, con el aplauso o el silencio cómplice de la misma mitad que antes pataleaba. Estas cosas están expuestas para que todos las miren, porque a nadie les interesa realmente. Ya nada importa mucho porque ya todo se sabe. Todo, menos el paradero de Santiago Maldonado, desaparecido en democracia, en pleno 2017.